Si
tuviesen que jerarquizarse
en orden de importancia los libros de texto utilizados en la historia de la
educación en México, el catecismo del padre Ripalda tendría que ocupar el primer
lugar. Este texto fue utilizado no sólo para la enseñanza de la doctrina
cristiana, sino también del español, el civismo y la lectura. Se hicieron
traducciones cuando menos en náhuatl, otomí, tarasco, zapoteca y maya. En sus
páginas lo mismo aprendían normas generales de comportamiento social los niños
de una escuela poblana del siglo XVIII, que se apropiaba de una concepción
particular del mundo los estudiantes de un colegio michoacano a mediados del
siglo XX.
Su
autor, Jerónimo Martínez de Ripalda, nació en Teruel, en el reino de Aragón en
1536. En 1551 ingresó a la Compañía de Jesús. Tuvo a su cargo las cátedras de
filosofía y teología y fue rector de la Universidad de Salamanca. Se distinguió
como orador sagrado. En 1618 publicó el Catecismo y exposición breve de la
doctrina cristiana, sobre el que escribimos aquí. También se imprimió su libro
Suave coloquio del pecado con Dios. Murió en Toledo en ese mismo año, a los 82
años de edad, sin que haya podido imaginar la gran difusión que tendría su
catecismo más allá de los mares y a través de los tiempos.
En
nuestro país, desde la época colonial el catecismo de Ripalda fue utilizado para
enseñar la doctrina cristiana y las primeras letras tanto en castellano como en
lenguas indígenas.Al principio era traído desde España pero posteriormente, Pedro de la Rosa, un
editor poblano, obtuvo del Rey el permiso para editarlo en la Nueva España, con
el privilegio de tener la
exclusividad para imprimirlo y venderlo. Fuera en Comitán o en Santa Fe este
librito impreso en Puebla de los Ángeles pasaba de mano en mano hasta deshojarse
y perderse. Fueron decenas las ediciones de Pedro de la Rosa en miles de
ejemplares. En el Fondo Lafragua de la Biblioteca Nacional, la más antigua de
las ediciones poblanas disponibles a la fecha data de 1758 y se
titula Catecismo y exposición breve de la doctrina cristiana con un tratado
muy útil con que el christiano debe ocupar el tiempo y emplear el día.
Pueden consultarse también las ediciones en castellano de 1784, 1810, además de
varias ediciones en náhuatl, otomí y tarasco. En la época independiente continuó
editándose en Puebla aunque ya no de manera exclusiva. Ambrosio Nieto lo seguía publicando y distribuyendo a todo el
país en 1940.
El
concepto catecismo, proviene del latín catechismus, que significa
instruir, que a su vez proviene del griego kateechismo, que puede
traducirse como compendio sobre alguna rama del conocimiento y
dekatecheo, que de manera más especifica significa instruir a través de
un sistema de preguntas y respuestas. En su acepción castellana se aplica a un
texto que en forma de preguntas y respuestas contiene la exposición sucinta
sobre algún tema. Su presentación en forma de diálogo entre el maestro y el
alumno facilitaba la enseñanza y el aprendizaje. Su origen deriva del método
utilizado por los primeros cristianos para adoctrinar a los aspirantes a la
nueva religión, a quienes llamaban catecúmenos, que a través del sistema de
catecismo difundían los principios de la nueva religión en pequeños grupos.
Luego se fueron copiando los rudimentos de la doctrina en pequeños legajos, para
transmitirse a distancia y en el tiempo. Estos escritos fueron desarrollándose
conforme fue progresando el cristianismo, y una vez consolidado como religión
dominante en Europa se fue diluyendo su uso.
La
Reforma protestante rescató este sistema
de adoctrinamiento.
El propio
Martín Lutero publicó en 1529 su Catecismo, que se difundió ampliamente,
y que fue modelo de varias sectas, con las modificaciones pertinentes. El catecismo católico, propiamente dicho, emanó del Concilio de
Trento, celebrado durante varias sesiones entre 1545 y 1563. Este ha sido
considerado el más importante concilio ecuménico de la Iglesia Católica. Como
respuesta a la necesidad de contrarrestar la influencia del protestantismo, a
través de él se replantearon y sistematizaron los principios del catolicismo. De
ese Concilio surgió una estrategia para la atracción de adeptos al catolicismo y
la conservación de los que ya lo eran a través de un proyecto de evangelización
mediante las órdenes religiosas y el clero secular. Como parte de esa estrategia
se publicó un catecismo y un sumario de los artículos de la fe cristiana,
destinado al empleo por parte de los eclesiásticos para explicar la doctrina.
El
Concilio de Trento sirvió de base al jesuita Ripalda para elaborar su catecismo, dirigido
especialmente a la infancia, con el propósito de ser utilizado a través de un
adoctrinamiento sistemático más factible en las instituciones escolares. De
España se distribuyó a las colonias. El catecismo de Ripalda no era el único que
se empleaba en las escuelas de nuestro país. También gozaron de mucha difusión
el catecismo del abate Claude Fleury y el del padre Castaño, y en menor medida
el de Antonio Núñez de Miranda, el de Cayetano de San Juan Bautista y el de
Ignacio Paredes, entre otros. Sin embargo el de Ripalda fue el catecismo más accesible. En
ocasiones no se utilizaba otro simplemente porque no lo había. Así, por ejemplo,
el maestro de la escuela municipal de la ciudad de Chihuahua, José de Nava,
quien recibía los útiles para los niños por parte del ayuntamiento, solicitó en
1807 otro libro para enseñar la doctrina con más extensión que el de Ripalda. Se
le respondió que no era posible conseguir otro, pero se le recomendó que con
arreglo al que tenía procurara que no aprendieran los niños de memoria, sino que
les diese explicaciones más amplias, que confiriesen mayor sentido al texto.
El
catecismo, en tanto exposición en diálogo con fines didácticos, no fue exclusivo
de la enseñanza de la doctrina cristiana. Con el espíritu humanista del siglo
XVIII y las reformas introducidas por la Ilustración se publicaron catecismos de
civismo, urbanidad, ciencias naturales, historia y para el aprendizaje de artes
y oficios.
En la escuela tradicional el catecismo de la doctrina
cristiana era el núcleo de la enseñanza y en las escuelas más pobres era lo
único que se enseñaba. Puesto que se concebía a la naturaleza, al mundo y al
hombre girando en torno a Dios y el fin último del conocimiento era acercarse a
Dios a través de la comprensión de sus designios para el hombre, todo lo demás
era estudiado sólo como medio para ese fin. Por tanto se consideraba que había
que enseñar a leer a los niños para que pudieran aprender la doctrina cristiana
y conociendo mejor sus postulados pudiesen llegar a obtener la gracia divina,
que era el objetivo de la vida en la tierra. Sin embargo, más allá de los
propósitos expresos se obtenían otros, pues a través de las normas de la
cristiandad, los niños aprendían no sólo una concepción del mundo, sino una
manera de relacionarse con los iguales, con la autoridad, con los subalternos,
con la sociedad en su conjunto, ubicándose ellos mismos en el universo social y
con relación a los elementos circundantes. El niño lograba así adquirir una
identidad propia y asimilar las normas del comportamiento de la sociedad
colonial, aceptando su papel dentro de una jerarquía sumamente rígida.
Conforme
el humanismo fue difundiéndose y la modernidad se introdujo también al
catolicismo, los conocimientos útiles para la vida adquirieron mayor relevancia
dentro del currículum escolar. Junto a la doctrina cristiana, la lectura, la
escritura y la aritmética fueron contenidos generalizados como obligatorios por
las reformas borbónicas. Poco a poco, de ser el aprendizaje de la lectura un
medio para aprender la doctrina cristiana, el catecismo fue transformándose en
un medio para aprender a leer. Conforme a las corrientes de ideas que se
expandieron en Ibero América con el siglo XIX, las Cortes de Cádiz y
posteriormente algunas de las primeras constituciones de los estados
independientes de México, añadieron como contenidos de las escuelas de primeras
letras el estudio de los derechos y deberes del hombre en sociedad.
Después
de la independencia el método lancasteriano fue predominando en México. Con su
distribución exacta del tiempo escolar, y definiendo como contenidos
fundamentales la lectura, la escritura y la aritmética, apenas si dejaba tiempo
para el aprendizaje de la doctrina cristiana dentro del horario de clases. Con
espacios y tiempos disponibles al mínimo era más necesario contar con un texto
sencillo y directo para la enseñanza de la doctrina, situación que condujo a que
el catecismo de Ripalda adquiriese mayor relevancia. Además, contenía implícita
una finalidad política fundamental, pues por una parte la lealtad a Dios y a la
autoridad se traducía en la práctica en lealtad a los gobernantes del naciente
Estado mexicano y por otra parte, se reproducía el catolicismo como único lazo
de identidad que unía a los mexicanos tan dispersos social y geográficamente y
tan diversos culturalmente, con lo que se protegía la integración nacional.
En
las primeras décadas del México independiente las escuelas públicas sostenidas
por los municipios y los gobiernos de las entidades se multiplicaron. En la
mayoría de ellas se utilizaba como texto el catecismo de Ripalda. En 1845 un
autor anónimo escribía sobre él: "Este catecismo, por bueno y claro que sea, se
resiente de cierta escasez de ideas, y en algunos puntos nos parece sobradamente
diminuto... es cosa sensible que no se den esplicaciones (sic) más amplias y
claras de las que se hallan en Ripalda". Y más adelante añadía que el catecismo
de Fleury "nos parece digno del erudito y virtuoso autor de la Historia
eclesiástica".
En
1853 el presidente Lombardini en las "Reglas que deben observarse en el ramo de
la instrucción primaria" decretó que debía enseñarse en las escuelas "el
catecismo de Ripalda, Fleury y obligaciones del hombre por Escoiquiz". Un año después el presidente Santa Anna dispuso que "en todas las
escuelas de la República se enseñe la Doctrina Cristiana por el catecismo del
Padre Ripalda aprobado por el Excmo. e Illmo. Sr. Arzobispo de México según su
decreto de 13 de enero de 1852". Estas medidas buscaban también fortalecer la religión católica
como sustento de la nacionalidad, frente a la influencia de la cultura
anglosajona y el protestantismo, sobre todo después de la reciente invasión
norteamericana y la amputación de más de la mitad del territorio mexicano.
Los
cambios políticos desencadenados con la revolución de Ayutla se manifestaron en
la cuestión educativa. En la Ley General de Instrucción Pública para el Distrito
Federal y Territorios de 1861 ya no se mencionó al catecismo religioso como
parte de los contenidos obligatorios. Ignacio Manuel Altamirano, entre otros,
criticó duramente el catecismo de Ripalda como libro de texto. En su defensa
Rafael Gómez publicó un libro en 1871. Para entonces México había cumplido cuatro décadas como estado
independiente. Un nacionalismo laico iba desplazando al sentimiento religioso
como ideología integradora. Los liberales más ortodoxos abogaron por la
enseñanza libre, pero al percatarse de que en la realidad la libertad educativa
franqueaba el paso a las instituciones religiosas, contribuyendo al
fortalecimiento político de la Iglesia, el ideal de la libertad de enseñanza fue
sustituyéndose por el de la educación laica. En las escuelas del último tercio
del siglo XIX, junto con la difusión de la enseñanza libre, el catecismo de la
doctrina cristiana fue poco a poco sustituyéndose por catecismos o cartillas de
moral como el de Nicolás Pizarro Suárez (criticado por católicos tradicionales y
por positivistas), la cartilla de moral de la Compañía Lancasteriana, el
catecismo de Luis Felipe Mantilla y el de Mariano Galván Rivera, entre otros.
El
uso del catecismo de Ripalda fue limitándose cada vez más al adoctrinamiento
cristiano en las iglesias y escuelas confesionales. Si bien hay testimonios de
que todavía hace pocas décadas algunos maestros rurales lo seguían utilizando en
las escuelas públicas para promover su concepto de moral entre los niños.
¿Cuál
es el contenido de este catecismo? El ejemplar de 1810 es un librito de 220
páginas y de unos 12.5 centímetros de alto. Está impreso en letra muy grande, 24
puntos y "negrita". Caben apenas 14 renglones en cada página y 23 caracteres por
línea. En consecuencia, es un texto atractivo, accesible, fácil de manejar y
leer por los pequeños, quienes pueden avanzar rápidamente a través de sus
páginas por lo grande y espaciado de la letra. Lo primero que se aprecia al
abrir el libro, formando una cuadrícula de tres por cuatro, son las imágenes de
los doce apóstoles. En la contratapa hay una ilustración que representa a Jesús
rodeado de niños al pie de unas palmeras. A lo lejos se vislumbra el templo de
Jerusalén y escrito al calce: "Dejad que los niños se acerquen a mí". En la
primera página se señala el privilegio concedido por el rey a la editorial de
imprimir catecismos, libros y cuadernos de estudios menores, con derecho de
exclusividad para venderlos e imprimirlos en la Nueva España.
El
libro está compuesto de tres partes. La primera está integrada por una especie
de anexos para consulta. La segunda parte por las oraciones básicas y los
principios doctrinarios y la tercera constituye el catecismo propiamente dicho,
es decir el conjunto de preguntas y respuestas que tiene por objeto la
presentación de las oraciones y bases de la doctrina de una manera didáctica.
Comienza
con las "advertencias", una larga lista de las fechas de fiestas para los
indios, una tabla para calcular las fiestas que son móviles; después el
Santoral, en varias páginas, con los nombres de los santos que deberán venerarse
cada día del año; esto es, una versión de los "añalejos". Enseguida, se anota la
"Oración del Santo del Día", con un espacio en blanco para incluir el o los
nombres que correspondan a cada fecha, y la "Salutación" para empezar la jornada.
El primer tema abordado se titula "Del nombre y señal del cristiano" y comienza:
Pregunta.- Decid niño: ¿Cómo os llamáis?.
Responderá su nombre.
Encomiendese el tener cada uno devoción con el Santo de su nombre.
Pregunta: ¿Sois christiano?
Respuesta.- Si, por la gracia de Nuestro señor Jesucristo.
Pregunta.- ¿Qué quiere decir christiano?
Respuesta.- Hombre que tiene la fe de Christo, que profesó en el Bautismo.
Después de precisar los conceptos de Cristo, Dios y doctrina, anticipa los contenidos generales del catecismo:
Pregunta: ¿Cuáles son?Respuesta.- El credo, mandamientos, oraciones y sacramentos....
El sentido fundamental del pensamiento de la época se resume en las siguientes cuestiones:
Pregunta.- ¿A que está obligado el hombre primeramente?
Respuesta: A buscar el último fin para que fue creado.
Pregunta: ¿Para que fin fue creado el hombre?
Respuesta: Para amar y servir a Dios en esta vida y gozarle en la otra.
Pregunta.- ¿Con qué obras se sirve a Dios principalmente?
Respuesta.- Con obras de fe, esperanza y caridad.
Pregunta.- ¿Qué nos enseña la fe?
Respuesta.- Que creamos en Dios como infalible verdad.
Pregunta.- ¿La esperanza que enseña?
Respuesta.- Que esperemos en Dios como en poder infinito.
Pregunta.- ¿Qué enseña la caridad?
Respuesta.- Que le amemos sobre todo como a Bien Sumo.
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